En las consultas de Salud Mental aparecen con frecuencia quejas inespecíficas sobre un malestar emocional difícil de describir. A través de conversaciones guiadas, estos sentimientos pueden empezar a cobrar sentido.
¿Alguna vez te has sentido llegar al límite de tus posibilidades?
No desesperes, es humano y es normal en ocasiones sentir que una no puede más.
Aparece entonces un estado de nerviosismo constante, de angustia, tensión, una se siente más torpe, desenfocada, se aísla y comienza incluso a sentirse físicamente mal, con dolores de cabeza, musculares, molestias en estómago, falta de sueño…
Este malestar tiene un sentido. Es un sistema de alarma. Se trata de tu cuerpo avisándote de que se ha roto tu equilibrio y debes hacer algo al respecto para reestablecerlo. Párate a escucharlo, a escucharte. Alguna o muchas cosas se han descontrolado y no debes mirar más para otro lado.
Es muy parecido a cómo funciona el dolor desde el mundo físico. Los seres humanos venimos de “fábrica” con un sistema de cableado (los nervios) que recorre todo nuestro cuerpo para avisarnos cuando alguna parte está dañada o peligra su integridad. Si nos duele la barriga, es una señal que se transmite desde nuestro sistema digestivo a través de nuestro sistema nervioso periférico hacia el cerebro para que éste se dé por aludido y produzca alguna respuesta al respecto. El dolor está pensado para que nos produzca tal incomodidad que dejemos de ocuparnos de lo que estuviéramos haciendo y le prestemos la suficiente atención para tomar alguna medida. En función de la intensidad, frecuencia y duración de este dolor, hemos aprendido a tomar una decisión u otra. Por ejemplo, no es lo mismo un dolor típico de gases que un dolor punzante y agudísimo que nos haga retorcernos. En el primer caso quizás optemos por intentar ir al baño a aliviarnos y con eso bastará, en el segundo caso sería más prudente buscar ayuda (quizás sea una apendicitis que requiera cirugía…).
Pues lo mismo ocurre con el malestar emocional (llámese ansiedad o cómo una prefiera) es el “dolor” del mundo psicológico. Es un termómetro que nos avisa de que algo no va bien. Necesita que le prestemos atención, que indaguemos de dónde viene y qué lo puede estar ocasionando.
Si uno no atiende a ese dolor de barriga, si uno pretende seguir adelante ignorándolo, puede que se le pase solo, puede que ceda y luego vuelva más adelante con más fuerza. O puede que le produzca una peritonitis o una infección de la sangre con las consiguientes complicaciones y hasta riesgo para su vida.
Si uno no atiende a su dolor emocional, igual. Puede que se le pase solo (que acabe compensando con otros mecanismos), puede que vuelva más adelante con mayor virulencia (en un intento de amplificar el sufrimiento y la necesidad de atención). O puede que se complique y aparezcan síntomas en la esfera de trastornos mentales.
Este es el principio de muchos trastornos de ansiedad y del ánimo si no se interviene a tiempo. Si piensas que ya no puedes más, pide ayuda. No tienes por qué poder siempre con todo.
Explora tus sentimientos, analiza tu entorno y tus circunstancias, cómo estás organizando tu vida, qué y qué no estás haciendo por cuidarte.
Habla con alguien de confianza.
Establece un plan, simplemente contando con un objetivo sentirás que retomas el control de las cosas. Ponte metas pequeñas, ve paso a paso y sin límite de tiempo necesario para tu recuperación.
Cuida de ti misma: cuida tu alimentación y tu descanso, no intentes usar sustancias para evadirte, serán un mal remedio y añadirá más dificultades en un futuro, identifica aquellas cosas que en otras ocasiones te han hecho sentir bien para cultivarlas, como el deporte, las amistades, aficiones, etc.
Y si aun así te encuentras mal, no olvides que siempre puedes recurrir a ayuda profesional.
